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Confinados en Grecia

Hola nuevamente a todas y a todos. ¿Cómo están? Esperamos que hayan pasado o estén pasando el confinamiento de la mejor de las maneras. A su vez, que no hayan tenido que sufrir de manera directa o indirecta los efectos de esta pandemia que no ha dejado indiferente a nadie.


Nosotros aún seguimos en Grecia, país adoptivo durante la cuarentena. Sinceramente querríamos haberles contado más cositas durante este período, pero entre tanto ruido, las pocas ganas de escribir, el que hayamos dejado de pedalear y el hecho de que cada uno debía ocuparse de lo suyo y de los suyos, hizo que no diéramos muchas noticias sobre nosotros más allá de alguna fotito en las redes. Sin embargo, no queríamos irnos de Grecia sin explicarles algunas de las situaciones que nos han ido sucediendo a lo largo de, casi ya, cuatro meses.


Y claro, cuando ya se lleva cierto tiempo en un país es cuando se le empiezan a ver las luces y las sombras. No podemos quejarnos sobre la suerte que tuvimos que la pandemia nos encontrara en un lugar tan bonito como Grecia y que, al mismo tiempo, haya sido un país poco castigado por la pandemia. Eso fue sin duda una gran suerte. Pero por otro lado, a lo largo de este tiempo fuimos viviendo algunos momentos que no nos gustaron, muchos relacionados con la idiosincrasia de este país.


Como algunos de ustedes saben, pasamos la mayor parte del confinamiento a unos 5kms de la ciudad de Komotiní, al norte del país. En esta publicación de mediados de marzo les contamos cómo llegamos allá. En esa casita pasamos nada menos que dos meses. Comparativamente con nuestro piso en Barcelona, al menos aquí tuvimos un jardín lleno de gatitas con las que entretenernos y que fueron pariendo una detrás de otra, agrandando así la familia gatuna. Además, incluso durante los días más estrictos del confinamiento, en Grecia se permitió salir a hacer ejercicio previo envío de un mensaje de texto. Esto fue realmente una gran suerte sabiendo cómo estaban nuestros familiares, amigas y amigos en Barcelona y otros lugares del mundo dónde esto no era posible. Del mismo modo, una de las actividades de la semana era sin duda ir a comprar, ya que podíamos pedalear 5kms hasta el supermercado. Si no, no hay mucha diferencia de cómo la mayoría de la gente la pasó: hicimos mil cursos y cursitos, vimos no sé cuántas conferencias de gente muy interesante y menos interesante, cocinamos bastante (sí, engordamos un poquito también) y vimos toneladas de películas y series.


A medida que las restricciones se fueron suavizando y los vecinos empezaron a tenernos más confianza y vieron que no estábamos infectados y eso (¡durante dos semanas fuimos un poco un virus con patas!), las tardes empezaron a ser compartidas entre cafés griegos, dulces y pasteles de todo tipo. Y esto fue realmente una bonita consecuencia de esta situación no planeada: fuimos casi adoptados por la familia propietaria de la casa que alquilábamos. Fue una oportunidad única haber podido compartir este período que, de otra manera, lo hubiésemos pasado solos. Nos enseñaron cosas de su cultura y aprendimos mucho sobre Grecia. Pasamos con ellos la pascua ortodoxa y, hacia el final del confinamiento, conocimos a muchos de sus familiares y amigos. Cabe decir que en este país no cuesta mucho encontrar gente que habla bastante bien inglés, por lo que comunicarse en general no es casi nunca un problema.



A lo largo de los días que estuvimos por aquí también vivimos varias situaciones menos agradables. Ciertamente, en muchos aspectos se nota mucho que Grecia es un país con costumbres y tradiciones patriarcales muy arraigadas, donde los roles de género aún juegan un papel muy importante, por lo que los paternalismos y los micro machismos están a la orden del día. Aida cuenta en su publicación algunas de estas vivencias como mujer en su publicación. Esto sumado al increíble número de personas que opinan de todo sin saber nada (esto no es potestad de Grecia, pero aquí se ha manifestado con alevosía, posiblemente agravado por el ambiente de pandemia) y, para rematar, la pésima conducción (sí, sí, ya sé que dije en la otra publicación que se iba muy bien en bici, pues ahora pasamos más tiempo y constatamos que son UN DESASTRE en la carretera), vimos la cara malaka* de Grecia. Tenemos una larga lista de frases que hemos ido recopilando a lo largo de estos meses que darían para hacer una pequeña historia de cada.


*"Malaka” es el mejor equivalente a “boludo”. Se puede usar como insulto o para referirte a un amigo/a.


Sin duda, el momento que más nos marcó durante nuestra estancia en Komotiní fue cuando me atropellaron mientras iba en bici. Ese día fuimos a comprar algunas cosas al centro de la ciudad y mientras cruzaba por un carril bici paralelo a un paso de peatones muy transitado, un chico que estaba más pendiente de saludar al pueblo que de mirar si pasaba gente a pie o en bici, me dio un ligero golpe en la rueda trasera haciéndome salir disparado. Por suerte iba muy lento y no me hice más que unos pequeños moretones. Sin embargo, mi cara de incredulidad y de enfado era enorme. Le grité y le hice gestos en un inglés cortado por la rabia. La verdad es que reaccioné muy mal. No entendía cómo podía no haberme visto y al menos bajado la velocidad con tanta gente cruzando. Aida se sumó a mi enfado y los dos gesticulábamos como locos. Desde fuera nos miraban como marcianos, aunque tampoco nadie se acercó a mediar. Para rematar la situación se acerca un tipo en moto y me dice que no tengo el derecho de parar el tránsito así, con la bici tirada en el suelo y yo temblando de la adrenalina. Lo mandé a la mierda y él me gritó algo racista. Nunca me habían chocado, no sabía lo fuerte que te puede dar un coche en marcha. Me compuse, saqué la bici del medio y me quedé en el cruce central. Aida se le acercó y le pidió que se aparcara a unos metros para hablar. ¿Qué hizo el sujeto al volante? ¡Aceleró y se escapó!


Esta breve historia, en la que por suerte no pasó nada grave, es la consecuencia de una ciudad completamente orientada al uso del coche. En ese cruce los peatones se paran para dejar pasar a la gente que va al volante. Se va habitualmente a 50 o 60 km/h por el centro de la ciudad. Los conductores se estacionan donde quieren y como quieren, cortando incluso los recorridos de la gente con movilidad reducida… En definitiva, la triste historia de la enorme mayoría de ciudades del mundo. Incluso en Barcelona vivimos a veces situaciones desagradables mientras vamos en bici, pero bien es cierto que algunas batallas se han ganado o están mucho más avanzadas, como el respeto al peatón. La cultura del coche es nefasta y su uso abusivo en el centro de las ciudades debe cambiar. Y esto no es estar en contra del coche, sino utilizarlo racionalmente. Usarlo en lugares donde no hay o hay pocas alternativas. No hace falta aparcar en la cocina. Moverse en coche y aparcar en el centro es un privilegio, no un derecho. ¿Podemos imaginar ciudades diferentes? ¿Podemos sacar algo positivo de esta pandemia tras haber visto el espacio vacío que habitualmente le dedicamos al coche y que podría ser utilizado para muchas otras cosas? Yo quiero creer que sí.


Después de sacarme de encima mi enfado con respecto a la cultura del coche y soltarles mi opinión al respecto, sigo con la historia.


Cuando Aida volvió nos fuimos a una tienda de bicis para que me arreglaran la rueda de atrás. El choque me la había descentrado. Mientras el mecánico estaba en el tema, se acerca un chico muy simpático para hablar con nosotros. Nos explicó que habitualmente trabajaba con turistas y que le encantaba hablar en inglés. Nosotros le contamos la historia que nos acababa de pasar y nos acompañó a la policía para denunciar. Aunque teníamos pocas esperanzas que la policía hiciera algo porque no teníamos la matrícula del coche, nuestro nuevo amigo, Mixhali (se lee Mijali), nos acompañó a hacer la gestión. En el camino se saludó con medio pueblo, le besó la mano a dos curas y se acercó a comprar comida para su abuelita. Mixhali es un tipo relajado y amigo de todo el mundo. ¡Nos cambió el humor! Terminó invitándonos a comer a su casa unos días después con su familia y lo vimos un par de veces más.


Con la policía bueno, ya se imaginarán, no pasó nada. Aida muy acertadamente les dijo que nosotros simplemente denunciábamos el hecho: que un tipo de una ciudad que no es la nuestra chocó a una persona y se dio a la fuga y que andaba por ahí. Esas conductas son, por desgracia, toleradas por estos lares.


La familia de Mixhali en Proskinites (Προσκυνητές)

Llegado el mes de mayo, el buen tiempo hizo su aparición. Con él vinieron nuestras ganas de movernos un poco. El 18 de ese mes, aún con las fronteras cerradas, se habilitaron los viajes internos. Sin dudarlo empezamos a enviar solicitudes a para hacer un workaway (una especie de trabajo voluntario habitualmente en granjas a cambio de casa y comida) y rápidamente nos contestaron de un proyecto en el Peloponeso. Nos fuimos para allá.


Llegamos a la casa de Alex en Megalópolis. Una mansión que requería muchísimo trabajo y cuyo dueño tenía una incontable cantidad de proyectos en mente que iba explicando sin ton ni son. Tanto Aida como yo no somos especialmente manitas, así que los primeros días le propusimos encargarnos de la limpieza de baños y cocina que requerían “un poco” de cuidado (se imaginarán el estado). Bueno, no hicimos mucho más que eso… limpiar y yo, como hombre que soy, ¡me tocaba ir a palear tierra! Y Aida, como buena mujer, le propusieron ir a limpiar habitaciones a un hotel que tenía. En fin, que la cosa no nos salió como esperábamos. Ni permacultura ni nada. El líder del proyecto, aunque con muchas ganas y muchos años haciendo voluntariado, era demasiado desordenado y nos terminó agotando, por lo que en vez de tres semanas nos quedamos solo una.


Pero bueno, tampoco fue tan mal. La gente con la que compartimos era super interesante, la comida por lo general deliciosa y finalmente colaboramos en un proyecto (luego de limpiar, por supuesto) que consistía en armar un horno de barro. Incluso hicimos una pequeña excursión a unas cascadas el fin de semana. Así que la experiencia fue corta, pero intensa.


Megalópolis

Luego estuvimos viajando unos cinco días por el Peloponeso. Como dice nuestra querida amiga Nené, tierra de rockstars de la antigüedad. Visitamos en casi absoluta soledad famosísimos sitios arqueológicos de la zona como Epidauro, Monenvasia o Mistra. Pasamos también Nauplia (Ναύπλιο en griego, Náfplio), primera capital de la Grecia moderna, Kalamata (la de las olivas) y Corintos para ver el canal.

Solos en el anfiteatro de Epidauros, Peloponeso

De ahí nos fuimos a Atenas. ¡Dos semanas intensas de relaciones sociales tan deseadas y limitadas hasta entonces! Allá nos encontramos con Flor y Dimitris. Flor es una amiga argentina que conozco de hace años en Barcelona. Se fue a vivir a Atenas hace unos tres años junto con Dimitris, fueron nuestros guías los días que compartimos juntos. Con ellos visitamos una Atenas en pleno desconfinamiento, por lo que pudimos ir a los bares y otros lugares que les gusta, así como conocer a algunos de sus amigos. ¡Fue una suerte coincidir con ellos!


¡¡Me acabo de dar cuenta que no tengo ninguna foto con ellos!! :(


Visitamos una Atenas sin turistas. Estuvimos solos en la Acrópolis e inclusive hicimos un freetour casi personalizado donde acabamos tomando unas cervezas con nuestro guía. Una sensación rara que supongo se habrá repetido en varias ciudades del mundo durante estos días.


Nos quedamos en el barrio de Omonia en dos ocasiones diferentes y, entre medio, en Plaka. El primero sería el equivalente en Barcelona al Raval (más pobre y con mala fama) del Atenas y el segundo a algo así como Sarrià (más rico). La cara de la gente cuando le decíamos que estábamos quedándonos en Omonia era de terror, pero nos pareció tan peligroso, teníamos el mercado municipal al lado y es muy multicultural, por lo que no me costó encontrar yerba mate. Aquí la comercializan los sirios, grandes consumidores de mate, por cierto.


Atenas de noche

Por último, para completar nuestro tour griego decidimos ir a algunas islas. Por recomendaciones, elegimos unas cuatro que pensamos que podrían estar bien. Pero el ambiente post pandémico y la anulación de algunos trayectos en ferry nos hizo cambiar de planes un par de veces. Finalmente, visitamos las islas de Milos, Santorini, Mykonos e Icaria.


Mientras diseñábamos la ruta pensamos que sería una oportunidad única ver Santorini y Mykonos casi sin turistas, y no nos equivocamos, ya que ni estaban a reventar ni estaban especialmente caras para la época. Ambas muy bonitas, pero jamás vendríamos en una situación de normalidad.


Breve repaso de la islas en el orden que las visitamos:

  • Milos es quizás la más equilibrada que vimos, con una jora (Χώρα) o ciudad principal muy bonita, pero pequeñita, y con playas paradisíacas. En Milos tiramos la casa por la ventana y decidimos hacer una vuelta en velero por el oeste de la isla, innaxesible en otro medio de transporte. También nos motivamos y alquilamos unas bicis, que aunque estaban en mal estado y eran demasiado caras, nos sirvió para mantener la llama ciclista. Todo un ejercicio de activismo lo de moverse en bici por aquí...

  • Santorini tiene una jora preciosa, pero se nota que no vive nadie y todo está enfocado para el turismo. Tiene un cráter enorme en el centro de la isla porque todo era un volcán y el atardecer se ve precioso. Tienen viñas como en Lanzarote, en suelo volcánico.

  • Mención especial a la preciosa jora de Paros donde pasamos tan solo una noche para tomar un ferry al día siguiente. Un centro histórico vivo y vibrante como hasta ahora no habíamos visto.

  • Mykonos tiene una jora enorme, muy bonita, pero los precios ya denotan otro tipo de turismo. Es muy seca y bastante fea en el interior y tiene un tránsito del carajo. No me imagino en una temporada de verano normal cómo hacen con esas rutitas tan chiquitas. Playas muy lindas, pero mucho chiringuito.

  • Icaria, la isla salvaje. Otro rollo. Es como si hubieran tirado una montaña en el mar. Es muy verde al contrario de las otras que estuvimos. Los pocos centros urbanos que hay son pequeños y de difícil acceso. Muy auténtica, relajada y, si lo que buscas es tranquilidad, este es tu lugar en el mundo.

El collage es nuestro, no sacado de una revista de viajes :P

Resumiendo un poco las impresiones que nos causó nuestra estancia aquí, sinceremente, vemos a Grecia ligeramente distinta a la imagen que, creo, que proyecta. Todos estudiamos algo sobre la Grecia antigua. Desde sus filósofos hasta la mitología o la historia. La idea de que es la cuna de Europa está muy presente y, desde su independencia del imperio otomano, han intentado recuperar ese pasado (supuestamente) esplendoroso. Inclusive en 1834, tras las guerra de independencia, se declara Atenas capital del país cuando en aquel entonces solo contaba con aproximadamente 4.000 habitantes. El objetivo era volver a hacer de Atenas una ciudad vanguardista, la capital del nuevo reino. Algo similar pasó en Mistra, histórica ciudad de bizancio, que durante el siglo XX fue perdiendo población para erigir la nueva ciudad de Esparta también en la búsqueda de glorias pasadas.


Sin embargo, posiblemente lo que nos resulta más impactante es esa enemistad tremenda con su pasado otomano. Ese dolor histórico, acrecentado por los intercambios de población a principios del siglo XX entre Grecia y la Turquía moderna, no los deja en paz. Los más nacionalistas hablan peste de Turquía y, suponemos, que lo mismo pasa del otro lado de la frontera. No obstante, sus gentes son muy parecidas, sus costumbres casi las mismas y su comida casi idénticas aunque con diferentes nombres. Por suerte muchos aquí ven esas similitudes y las celebran y no se quedan titulares nacionalistas que solo dividen, crean bandos y benefician a quienes proponen esos debates de confrontamiento.


Bueno, espero no haberlos aburrido. Me he extendido bastante. En definitiva, he intentado resumir cuatro meses entre espera y viajecitos en un solo escrito. La verdad es que somos muy afortunados de haber podido pasar este período de esta manera. Aunque no estaba en nuestros planes viajar tanto por Grecia, nos hemos adaptado. Realmente, tuvimos mucha suerte de habernos quedado confinados aquí, tanto por la belleza de este país, como por la facilidad de seguir en la UE o porque las medidas no fueron tan estrictas como en otros lugares.


Escribo estas palabras desde el puerto de Icaria a punto de volver al norte de Grecia. Hace un par de horas que supimos que la frontera con Turquía abrirá pasado mañana y cada vez vemos más cerca volver a los pedales. Tenemos muchas ganas de continuar nuestro viaje en bicicleta, que evidentemente se ha visto modificado por la situación mundial y que no sabemos muy bien qué nos deparará. Seguiremos adelante con prudencia, pero con ganas de seguir descubriendo aquellos rinconcitos a los que nos acercan nuestras queridas bicicletas.


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