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"Ni feminismo ni machismo; igualismo"

Actualizado: 26 jun 2020

¿Cuántas veces he/hemos oído esta frase?


Familia, amistades y gente variada, hace tiempo que no subimos nada al blog, la cuarentena nos ha pasado factura (como a todo el mundo jaja), y quizás en algún momento explicaremos qué hemos hecho durante estos tres meses, y ahora, me urge contar esto que es lo que tengo más presente y me quema. Sobre la frase del título, no solo la he escuchado en una conversación tranquila entre amistades, sino que incluso en ponentes en charlas para más de 60 personas.


Hago una introducción rápida de qué es el feminismo/feministas por si hay alguna duda. Las feministas (que inicialmente se usó esta palabra como insulto; feministas, sufragistas, feminazis) fueron las que consiguieron que hoy NOSOTRAS podamos votar, trabajar, ir a la universidad, abortar, divorciarnos, tener nuestra propia cuenta corriente, ponernos pantalones, tomar pastillas anticonceptivas, y un largo etcétera. El objetivo del feminismo simplemente es que las mujeres tengamos los mismos derechos que los hombres. A pesar de todo lo conseguido, hoy en día el machismo aún está muy presente. Sin ir más lejos, en Catalunya y Barcelona el machismo se presenta de forma muy sutil, de formas que son cada vez más difíciles de detectar (en otros países o continentes donde el papel de la mujer es aún más difícil y más fácil detectar los comportamientos machistas).


No me quiero extender, hay muchísima información en internet sobre la historia del feminismo, teoría feminista y la lucha actual del feminismo. Puedo recomendar algunas autoras sobre teoría feminista como Nuria Varela, Amelia Valcárcel y Ana de Miguel, para temas relacionados específicos con violencia machista Coral Herrera, Marina Marroquí Esclapez, Pamela Palenciano y Carmen Ruiz Repullo, sobre maternidades Laura Freixas Revuelta, y no quiero dejar de comentar a Laura Redondo, psicóloga, y a Barbijaputa que tiene un programa de radio para divulgar todos estos temas. Hay muchísimas autoras, youtubers, activistas… más que las poquitas que yo comento aquí por si es de interés.


En realidad, no tenía pensado ahora hacer una entrada sobre este tema. Sabía que durante el viaje en bici me encontraría momentos en los que sentiría y experimentaría el machismo de forma directa, pero no me imaginé que en Grecia viviría estas situaciones. Grecia forma parte de la Unión Europea, está a medio caballo entre Europa y Asia, y mucho más cercano culturalmente a los Balcanes de lo que me imaginaba.


La primera situación que quiero describir fue en casa de la familia que nos acogió durante el confinamiento. Habíamos ido a su pisito para cuatro días y fuimos extendiendo la estadía hasta los dos meses. La madre y el padre, de unos 44 años y la hija de 15. Durante ese tiempo compartimos cafés, las celebraciones de Semana Santa, incertidumbres varias de la pandemia, cenas, comidas, música… y conversaciones, muchas conversaciones. Ha sido un privilegio y una suerte compartir con esta familia estos momentos, nos hemos sentido muy acogidos y cuidados.

Hablando con ellos se definen como una familia tradicional, donde los roles de género están completamente determinados. Ella cocina, limpia, compra, hace la lavadora, plancha… todo lo que tenga que ver con el interior de la casa. Y él se encarga del jardín, cortar el césped. Ambos trabajan en la administración pública a tiempo completo. Ella comenta que no tiene tiempo de ver las películas ni series que ve su marido, ya que ella tiene muchas tareas en casa. También comenta lo mal que conduce, lo repite en tres ocasiones, cada vez que me subo al coche con ella, como disculpándose, y comenta que su marido siempre se lo dice, y que la hija y los sobrinos también lo repiten como un mantra.


Al margen de que en general nos hemos sentido muy acogidos y cuidados por la familia (lo repito porque estamos muy agradecidos) mi experiencia en muchas ocasiones ha sido no sentirme escuchada y cortada en mis intervenciones. Los temas que importan son los temas que le interesan al “padre de familia”. Historia, geopolítica, fútbol y música. Los demás temas no son importantes. Y menos cuando vienen de una mujer.


Estoy segura de que muchas mujeres pueden identificar muchísimas veces que les ha ocurrido, cuando una habla, el otro tiene la mirada perdida, contesta con monosílabos y/o cambia de tema.


El momento más flagrante fue explicando uno de mis primeros trabajos. Un mes y medio después de compartir espacios y conversaciones, sorprendentemente sale el tema. Les expliqué que durante cuatro años trabajé ayudando a gente a dejar de fumar y a adelgazar mediante PNL e hipnosis, viajaba por toda España, de lunes a jueves/viernes para hacer sesiones en casi todas las provincias. Los dos fuman y los dos tienen sobrepeso, por lo que interpreté que quizás era algo que les podía interesar, ya que ella hacía preguntas al respecto. Tras disfrutar de unos pocos minutos de atención (al menos por parte de ella), me giro hacia él y observo que tiene la mirada perdida. En ese momento se gira hacia Alejandro y le pregunta “¿Cuántos desiertos tiene España?”. Os podéis imaginar mi cara.


La segunda situación fue en Megalópolis (sur de Grecia) en un proyecto de workaway en el que supuestamente íbamos a estar un mes y finalmente estuvimos una semana. Workaway es una plataforma de internet que une proyectos con personas que quieren ser voluntarias, donde hay un intercambio de trabajo por comida y alojamiento. Estos proyectos pueden ser de permacultura, de idiomas, de limpieza, de mantenimiento general, de arte, entre otros. El chico encargado del proyecto tenía unos 36 años, gestionaba varios pisos turísticos en Atenas, un hotel en Megalópolis y la casa donde nos hospedábamos, una masía del S.XIX. Las voluntarias y voluntarios vivíamos en la parte baja, un medio sótano húmedo y oscuro, antiguamente usado por el servicio, y él vivía en el piso superior, lujoso y luminoso.


Por las mañanas hacíamos una reunión a las 9:30 h para hablar de las tareas del día; como al llegar los baños y la cocina estaban como para “no tocarlos ni con un palo”, las paredes amarillentas y el inodoro y la pica asquerosos, lleno de pintura y moho, nuestra propuesta de proyecto los primeros días fue la limpieza profunda de estas partes de la casa. Generalmente la forma de comunicación entre “el líder” y voluntariado era desigual; él se colocaba en un lugar prioritario, llamando la atención, hablando más fuerte, interrumpiendo las conversaciones que pudiéramos tener y llevar la batuta de estas. Un poco cansado, la verdad. Durante esa semana en repetidas ocasiones compartí ideas para mejorar algunos de los proyectos que se llevaban a cabo. En general estas ideas pasaban desapercibidas e incluso sucedió que algunas se propusieron más adelante por un hombre y al “encargado” del proyecto entonces le pareció brillante. Imagina mi cara de incredulidad...


El momento más flagrante de esta experiencia fue cuando “el líder”, no aprobando ninguna de mis propuestas de tarea para el día, como arreglar el jardín y ayudar al compañero que estaba con el horno de barro, me propuso limpiar los baños del hotel “porque se me daba muy bien”. FLIPA.


Por último, la tercera situación que comparto en esta entrada (que sé que no será la última que viviré en nuestro viaje) fue aquí en Atenas.


Decidiendo hacer un poco “el guiri” por Atenas buscamos hacer un freetour. Un tour guiado que hay en la mayoría de capitales del mundo en el que te explican de forma amena y divertida aspectos históricos, artísticos, gastronómicos y otras curiosidades de la ciudad en cuestión, y finalmente el pago se hace mediante propina. Dada la situación de pandemia no había más turistas que nosotros, así que nuestro guía, Vangelis, Alejandro y yo, empezamos el tour. El chico era griego, unos 28 años, de madre brasileña, vivió en EE. UU. durante tres años y en Cádiz durante 6 meses, hablaba un español excelente.


Estábamos emocionados de conocer a alguien tan interesante. Después de tanto tiempo en confinamiento y con interacciones sociales prácticamente virtuales, nos apetecía llegar a Atenas y empezar a relacionarnos con gente más joven y de mente abierta. Durante el tour nos explicó sobre la historia de la ciudad, tenía respuesta a todas nuestras preguntas y nos impresionó con todos sus conocimientos. Al acabar el tour nos propuso ir a tomar una cerveza y charlar un rato. En ese momento de distensión es cuando empecé a sentirlo. La conversación iba variando de tema y empecé a observar en su mirada esa desconexión cuando yo hablaba, me veía sin mirarme, sin escuchar lo que estaba contando.


Unos días después volvimos a quedar para tomar unas cervezas delante del mar. Ese día además, se añadió una amiga argentina que vive en Atenas desde hace tres años. El chico hablaba sin parar, dirigiendo el tema de conversación y ocupando un espacio en el diálogo, convirtiéndolo en un monólogo. ¡Quería enseñarnos y demostrarnos cuánto sabía y de cuántas cosas!!


El momento flagrante de la situación fue cuando le estábamos explicando los momentos de machismo que habíamos visto a lo largo del tiempo que pasamos en Grecia. En ese momento le conté la primera situación que he descrito más arriba, la de “los desiertos”. Él se ríe con la historia y pone cara de sorprendido, sin embargo, un segundo después, se gira hacia nuestra amiga y le pregunta: “¿y tú por dónde vives?”. En ese mismo instante se da cuenta de que acaba de repetir el mismo patrón de la historia que le estoy explicando y se ríe nervioso. EN FIN.

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Esto son micromachismos. Se les llama así porque no es un asesinato, una violación o una paliza, que son los comportamientos machistas más evidentes, sino que se les llama “micro” porque son sutiles, pasan a menudo desapercibidos y de hecho, alguien puede pensar “qué sensible!”, pero son comportamientos que se repiten de forma habitual que, como mujer, encuentras en muchos momentos y cuando identificas y nombras estos comportamientos, se repiten en todos lados.


Los más nombrados son el mansplaining, el manspreading y manterrupting (los hombres que te explican cosas, los que te interrumpen y los que se abren de piernas ocupando un espacio físico en lugares públicos como el metro), hay hasta un libro que se titula así.


A pesar de que ya es algo que se ha definido y nombrado, en todas estas situaciones que explico intento observar y reflexionar sobre mi papel en lo que ocurre. ¿Cómo me comunico? ¿Qué ocurre que me cortan? ¿Qué tengo que aprender de estas situaciones?


Me observo y noto que cuando no me escuchan, hablo cada vez más escueto y con tono de voz más bajo hasta que dejo de hablar. Me invisibilizo. Esta dinámica obviamente también es machista, reproduzco el rol de mujer “calladita estás más mona” y el de “si no sabes, ¿para qué hablas?”. En cambio, a los hombres les educan para hablar, porque tienen que saber de todo, tienen que ocupar un espacio físico y verbal y tienen que competir en conocimientos, físicamente o en cualquier otro ámbito.

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No quiero dejar de comentar una situación diferente para terminar que vivimos durante el confinamiento, que me y nos movió especialmente. Durante nuestra estadía en Komotiní conocimos un chico de 20 años que está estudiando un curso de formación profesional de climatización, habla un inglés muy bueno, y que nos explica que ha encontrado en la iglesia ortodoxa un lugar de comprensión. Su objetivo es casarse y llegar a ser monje ortodoxo.


A los pocos minutos de conocernos nos invitó a comer a su casa, con su familia, con el monje ortodoxo de su iglesia y con un amigo de origen armenio para que nos conocieran, les parecíamos interesantes y querían compartir con nosotros su cultura y sus lugares preferidos de la zona. Fue un momento muy interesante por la mezcla de personas aunque el idioma hizo que fuera más difícil la comunicación sobre todo con su madre y su padre. Fue una comida muy agradable y tranquila.


El último día antes de que nos fuéramos de Komotiní, vino a despedirse y a tomar un café a nuestro apartamento. Hablábamos de temas diversos, entre café y bougatsa de espinacas (una masa de pasta filo rellena), los temas fueron profundizando más y más, y en un momento dado me pide si le puedo ayudar en un tema, sabe que soy psicóloga.


Me comenta que su madre tiene un problema; es extremadamente celosa. Cuenta que él se fue a vivir con sus abuelos precisamente por la situación que vivía en casa, explica que no quiere a su madre y duda de si ella le quiere a él. Sufre mucho esta situación y le preocupa su hermano pequeño que aún vive con ellos y es testigo de los conflictos constantes en casa.

Cuenta que cada vez que van a un restaurante su madre genera conflicto con su padre, si su padre llega un poco más tarde de lo habitual, hay conflicto, si están con las hermanas de ella, hay conflicto. Puede compartir que se siente poco visto y poco valorado por su madre y que su padre lo pasa muy mal debido a esta situación, que no sabe como gestionar la situación y que hace unos años tuvo un infarto cardíaco por el estrés.


Poco a poco, Ale y yo le fuimos haciendo preguntas para entender más la situación que vivía su madre. Cuenta que su madre se casó cuando tenía 18 años, dejó su provincia y su ciudad Tesalónica (la segunda más grande de Grecia) para irse a vivir con su marido a un pueblo de unos 1.000 habitantes. Ella no sabe conducir (el transporte público no es una opción en un lugar como Proskinité, dónde esta familia vive), no tiene ingresos propios porque no estudió nada y nunca tuvo un trabajo remunerado, trabajaba cuidando la casa, los padres de él y los hijos, el primero con 20 años. El marido, como buen hombre de familia, trabaja en los campos de algodón y por las tardes trabaja como instalador de calefacción. La economía familiar depende 100% de él. No puede fallar. No puede perder el trabajo.


Esta mujer depende 100% de su marido, económicamente, emocionalmente, físicamente. No tiene vida propia. Las expectativas que ella tenía de joven sobre su propia vida como “la familia es lo primero”, ha hecho que ella dejara su propio “yo” de lado; dejó de existir, se invisibilizó. Dejó su ciudad, dejó su familia, dejó sus sueños, dejó su propia vida para vivirla a través de su marido; “por ti lo dejo todo” y “sin ti, no soy nada”.

Esta mujer esta llena de miedo de perder todo lo que ha construido sobre frágiles cimientos; el concepto de familia tradicional. Le habían prometido felicidad y una vida plena, lo más importante era tener hijos y marido, centrarse en su casa, en cuidarlos a ellos, en acompañar a su marido en sus decisiones, en facilitarle la vida para que pudiera concentrarse en su trabajo. Y ahora cada vez que ella muestra sus celos, está mostrando su miedo a la soledad, su dependencia y su enfado hacia este engaño patriarcal.


Por otro lado, su marido carga con la responsabilidad de tirar adelante económicamente su familia y sus dos hijos. La responsabilidad de ocuparse de todos ellos, de tener suficiente para comer, para vivir. Sus expectativas y sus prisiones son tener éxito profesional, ganar dinero, ser el hombre de la casa, el fuerte, el que no pide ayuda, el que nunca llora.


A esto se le llama patriarcado. Porque me hace mal a mí, y te hace mal a ti. Le duele a las mujeres y le duele a los hombres. ¿Cómo empezar a construir sobre otros cimientos? ¿Cómo despojarnos de estas creencias y mitos que nos aprisionan y nos condicionan?







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