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Grecia: filoxenia, paraíso ciclista y COVID-19

Me hubiese encantado empezar esta publicación explicando lo fabuloso que es este país, lo bonito que es, lo amable y acogedora que es su gente, lo rico que se come y lo fácil que es pedalear por sus carreteras. Sin embargo, como en todo el mundo, a causa de COVID-19 nos hemos quedado bloqueados en Grecia. Y claro, evidentemente hay una pequeña carga de frustración a pesar de ser plenamente conscientes de la importancia de no andar moviéndonos por ahí y ser potenciales vectores de contagio. Y sí, sabemos que somos unos privilegiados en muchos niveles, tanto por poder estar haciendo este viaje como por poder permitirnos estar económicamente lejos de casa en un sitio hasta que pase esta situación. Aun así, es difícil estos días acabar de encajar que, al menos por un tiempo, estamos obligados a parar.


Pisito con chimenea para pasar estos días

Hecha la pataleta primermundista, paso a contarles algunas de las cositas que nos pasaron los últimos días que creo que son dignas de poner en valor.


Iré de adelante para atrás y primero les explicaremos un poquito nuestra situación actual. Llegamos a la ciudad de Komotini hace 4 días. Realmente llegamos más por accidente que por las medidas restrictivas del virus. Tras pasar la noche en un campo de olivos, ese día nos habíamos levantado muy temprano para evitar que nos pillara la lluvia recogiendo la tienda de campaña. A las 7h ya estábamos en marcha, aunque el viento helado y las nubes oscuras preludiaban una mañana difícil. Se mascaba la tragedia. Ya empezamos a olernos que sería un día complicado al habernos cruzado con un señor en un coche destartalado en un pueblito desierto que sacó la cabeza y nos hizo un gesto como de “qué hacen acá”. Preguntamos por una cafetería y nos dijo que desde ese día todos los lugares de restauración del país estaban cerrados a partir de ese día. A continuación, el GPS nos envió por un desvío que escogimos para evitar el viento de cara, sin embargo nos encontramos que teníamos que cruzar un vado caudaloso que tuvo, como bien saben los que nos siguen por Instagram, un desastroso desenlace.


La lluvia acabó de amenizar la jornada y los pocos kilómetros que pudimos recorrer con el viento de cara nos hizo buscar desesperadamente un lugar dónde refugiarnos. Llegamos a una estación de tren que salía en el mapa que perfectamente podría ser el escenario de una película de zombis. Seguimos avanzando y encontramos una estación de servicio donde había cuatro hombres muy señorones no muy dispuestos a ayudarnos. Evidentemente estos dos extranjeritos les habían interrumpido la mañana de charlitas y cigarritos (sí, en la estación de servicio). Después de insistir un poco y sopesar nuestras posibilidades, sin trenes que pasaran, sin cafeterías cerradas por el coronavirus donde recuperarnos un poco del frío y las condiciones meteorológicas en contra, decidimos optar por tomar un taxi. Al final tenemos que decir que aunque no fueron muy buena onda al principio, nos ayudaron a llevar las bicicletas a una ciudad próxima, así que punto para Gryffindor.


Llegamos a un piso en Komotini, nos calentamos un poquito y empezamos a ver las noticias. Todo estaba cambiando a gran velocidad y no sabíamos qué hacer. En un principio pensamos en pedalear hasta la frontera con Turquía e intentar pasar. Horas después Turquía anunciaba el cierre de sus fronteras. Pedimos ir a un AirBnb y nos cancelaron la solicitud por tener pasaporte español. Escribimos a un par de sitios de voluntariado y nada, que no recibían a nadie por el mismo tema. Nos empezamos a poner nerviosos porque no sabíamos dónde meternos. Los hoteles están cerrando en todo el país hasta mediados de abril y nos quedaban cada vez menos cartas que jugar. Finalmente conseguimos un sitio a las afueras de la ciudad y creo que vamos a pasar los próximos días aquí sin movernos mucho. Los propios dueños ya nos advirtieron que eran un poco reticentes a alojar gente ahora mismo, pero que se preocuparon de ver dos personas de fuera que no tenían mucho a dónde ir.


En fin, esta es nuestra pequeña anécdota sobre cómo nos vimos en medio de las restricciones por el COVID-19 aquí en Grecia. A pesar de algunas (pocas) caras que nos miran un poco como apestados, estamos bien, sanos y tranquilos.


¡Ahora sí, paso a contarles las maravillas de este país!


Entramos a Grecia desde la República de Macedonia del Norte el día de mi cumpleaños (ojo, podemos herir sensibilidades aquí por solo pronunciar mal el nombre de este país). -Por cierto, Aida tiene un pequeño escrito de Macedonia del Norte que quizás estos días de confinamiento lo acabe de escribir. ¡Ya ven, les damos noticias en el orden que nos da la gana!- Lo primero que nos sorprendió es lo vacía que están las carreteras y lo anchas que son. Primero pensamos que era por un tema que paralelamente a la nacional estaba la autopista, pero esto se repitió a lo largo de todos nuestro recorrido en dirección a la frontera. Un paisaje agrario y, sobre todo, muy agreste nos acompaña los primeros kilómetros. Realmente pedalear sin tránsito es un placer. Los pocos coches que nos pasan lo hacen muy lentamente y la sensación de que la ruta es nuestra es total. A medida que vamos bajando en altitud, llegamos a los campos de cultivos de árboles frutales, básicamente diferentes tipos de prunus (ciruelos, durazneros, cerezos y almendros) en plena época de floración.


Árboles podados y, así todo, en flor.

¡Qué cambio con respecto a Italia! Este país tiene muuuucho potencial para la bici.


Al llegar a la ciudad de Edesa nos buscamos un lugar dónde pasar la noche y ducharnos, que de tanto en tanto viene bien. Salimos a cenar y fuimos a dar a nuestra primera taberna griega. Los dueños son unos auténticos personajes. Él, camarero, y ella, cocinera. Con el restaurante lleno y sentados en nuestra mesa charlando sobre Grecia y preguntándonos sobre nuestro viaje en bici (que les encanta). Cada dos por tres se levantaban, hacían un par de cosas, charlaban con otros clientes y se volvían a nuestra mesa. Gente mediterránea dónde las haya. Casi acabando la cena nos invitaron unas patatas fritas, luego el postre y, cuando vamos a pagar, ¡nos terminan invitando la cena entera! Con Aida no lo podíamos creer.


De este modo íbamos a empezar a experimentar lo que más adelante, en Tesalónica, Zoé, de Couchsurfing (por cierto, una chica húngara enamorada de Grecia), definiría como filoxenia. Este término, según el Wikcionario (copia pega total), proviene del latín tardío philoxenia, y este del griego antiguo ϕιλοξενία (philoksenía), "hospitalidad", a su vez de ϕιλόξενος (philóksenos), de ϕιλο-, forma combinatoria de ϕίλος (fphílos), "amigo", y ξένος (ksénos), "forastero, huésped". Les suena xenia, que también lo encontramos en términos más (tristemente) populares como xenofobia (miedo al forastero). Pues eso, que a nosotros nos gusta más con el filo delante :)

Después de esa experiencia se sumaron montones de cafés al paso, más postres por parte de la casa y hasta una invitación a una barbacoa. Vamos, desbordados de hospitalidad. Tener más contacto con gente local era lo que le estaba haciendo falta a nuestro viaje últimamente y Grecia nos lo está dando. Piensen que aún hace frío, la vida en la calle es escasa y si sumamos las progresivas restricciones, los contactos eran un tanto escasos. También cabe decir que es propio de la idiosincrasia de este país ser hospitalarios. Con las excepciones de todo el mundo, pero la amabilidad es realmente una constante.


En Kavala nos alojó un chico kurdo que trabaja en un campo de refugiados que creo que merece su propia entrada para contar más cositas al respecto.


En nuestro recorrido hasta Komotini nos “llenamos los ojos de bonito”, como dice mi buena amiga Virginia de Sevilla, que hoy cumple años. Playas paradisíacas que en verano deben ser una gozada, pozas de aguas termales al aire libre, campos floridos. Con Aida acordamos que en ciudades suspenden bastante ya que, al menos las ciudades por las que hemos pasado, no son muy bonitas, pero la naturaleza es brutal.


Poza de agua caliente a 1km de la playa

NOTA geofreak: no me extenderé con el tema de la cultura cochecentrista que también ha poseído este país con suma virulencia. En ciudades como Tesalónica es de lo peor. Los peatones casi no tienen por dónde caminar, buses que pasan cuando les da la gana y la bicicleta es casi un mero recuerdo dejado para los Glovos y los abueletes que van a comprar o trabajan en el mercado. Los moteros van en gran número sin casco, los cruces siguen siendo un poco la ley del más fuerte y, ¡oh, por Dios!, la pobre gente con algún problema de movilidad reducida. Eso sí, la basura ha disminuido enormemente desde que salimos de Macedonia y el patrimonio está un poquiiito más cuidado. Aunque aquí hay ruinas en todos lados. Por eso no pueden terminar las obras del metro de Salónica, o al menos eso dicen porque Atenas tiene 3 líneas.


Caos en Tesalónica. Buena suerte cruzando.

En fin, que Grecia nos está encantando y, aunque nos gustaría seguir pedaleando, tenemos mucha suerte de estar aquí.

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