Una de las partes importantes del viaje es dónde dormir. Habitualmente lo que hacemos es acampada libre 2 noches e intercalarlo para conseguir ducha, ya puede ser en un airbnb o warmshower/couchsurfing (dos redes sociales, la primera facilita a los cicloviajeros especialmente en el tema de dormir).
La última noche en Albania decidimos hacer acampada. Por lo que estábamos viendo las últimas noches, era difícil conseguir un lugar alejado de la mirada ajena y protegida para dormir tranquilamente y acampar, así que decidimos que pediríamos a alguien si podíamos plantar la tienda en su campito o jardín o lo que fuere.
Cuando mi rodilla (Aida) dice “prou” empezamos a buscar con la mirada un lugar adecuado para pedir acampar. Desde la carretera vemos un lugar al otro lado del río, unas casitas humildes dispersas y campos de cultivo, algunos en barbecho y otros con cultivos varios.
A medida que nos acercamos, vemos en una de las casas una señora con un niñito de unos tres años que parece que se esconden dentro cuando ven que nos paramos en el camino. Con Ale decidimos que si es una señora la que está en el campo de la casa es mejor que me acerque yo. Hemos visto que en general, la actitud de las mujeres albanas en los pueblos es de esconderse y de hacer vida dentro de las casas, así que no queremos que se sientan importunadas con que un hombre extranjero se les acerque.
Nota: Ya desde el inicio de nuestra llegada a Albania vemos roles de género muy diferenciados. En las calles hay muchos hombres haciendo vida social, en las plazas, las cafeterías, hablando, jugando a juegos típicos, socializando. Las mujeres, en cambio, hemos visto pocas en la calle, y las que nos hemos encontrado las hemos visto cargadas con las compras o acompañando a las niñas y niños.
Finalmente, después de hablar con los vecinos, ir de aquí para allá, usar el Google translator para comunicarnos y hacer señas varias, nos permiten acampar en su campo y en menos de diez minutos nos ofrecen dormir dentro de la casa. Nosotros les aceptamos un “çay” ya que no queremos molestarles aunque sí que nos apetece conocerles un poco más.
En la casa conviven un matrimonio de unos 55 años con tres hijos varones, juntamente con la esposa del hijo mayor y el hijo en común de tres años. Al principio nos cuesta entender las relaciones familiares, no sabemos quien es hijo de quien. Los hombres se muestran abiertos a hablar, a ofrecernos el té y la charla. Las mujeres quedan en un segundo plano, sin hablar y preparando y sirviendo el té.
A medida que avanza la noche los roles se repiten. Ellas sin interaccionar con nosotros y ellos ofreciendo la rakia (alcohol típico de los Balcanes) y brindando. Nos ofrecen cenar con ellos y aceptamos. Cuando nos damos cuenta el hermano mediano ha ido a matar una gallina para nosotros y la nuera, Gnucia, está fuera de la casa, con un frío que pela, desplumando el pollo.
Nosotros seguimos en el comedor, observando e intentando seguir alguna conversación con los hombres. Mientras, Gnucia entra y sale, prepara el arroz, prepara tortillas para cada uno de los comensales, prepara la sopa de habas, prepara el pollo.
Yo me empiezo a sentir incómoda. “Relájate y observa, ahora eres la invitada, estas son las costumbres aquí” me dice Ale. Siento el impulso de ayudarla con algo, me levanto, no sé qué podría hacer, y vuelvo a sentarme. Observo a estos hombres tan hospitalarios y amables con nosotros a cambio del trabajo de Gnucia, la cocinera, camarera, limpiadora y todo lo que haga falta.
Esto es así toda la noche y la mañana siguiente, que nos ofrecen té servido de las manos de Gnucia.
Gnucia es una chica joven, 29 años, rubia y delgada, madre de un niño de tres años al que casi no tiene tiempo de atender ya que tiene que servir a la familia de su marido. Estos felices de que Gnucia les haya dado un varón.
Me pregunto si ella estará feliz de pertenecer a esta familia. Me pregunto si ella ve lo que yo veo. Yo veo una mujer esclava, de esta familia, de las normas sociales, de los roles de género. Yo, mujer blanca con privilegios, que he podido acceder a unos estudios, me permito el lujo de juzgar esta familia humilde que nos acoge.
Y escribo esto sabiendo que no solo pasa en Albania y en OTROS países. Pasa en nuestras casas, en nuestras cocinas. Pasa de muchas maneras.
Este domingo 8 de marzo es por todas, las que pensamos de una manera o pensamos de otra. Las que creemos en el instinto maternal y las que no. Las que cuidamos y las que trabajamos. Las que encontramos la felicidad de mil maneras diferentes. Por Gnucia y todas las mujeres del mundo.
Destaco un párrafo que ha escrito Ale:
Primeras lecciones del viaje: las cosas no siempre salen como uno las planea.
Esto es como en el mar, lo importante es saber desvolcar el barco Y vosotros lo sabéis hacer. ❤️❤️